19 mayo 2010
Caminaba yo tan tranquilo en mi montura de metal cuando de repente vi a lo lejos un gentío... tuve miedo al ver la casi infinita hilera de vehículos tirados de manera tradicional que eclipsaban cada metro de asfalto... ¿Qué éxodo se ha producido en este reino? me pregunté alarmado... Aquella civilización portaba sus casas como Terrans con sus edificaciones e incluso los más valerosos avanzaban a lomos de sus monturas portando sus colores de guerra e insignias de sus casas. Sus damas le acompañaban convencidas, portando también sus mejores galas o las extrañas vestimentas típicas del lugar al que pertenecía aquella extraña civilización. Luego descubrí, en medio de una imposibilidad total de movimiento por culpa de aquella avalancha, que portaban a su propio dios, tirado por bestias de gran tamaño y acompañados por acólitos cuyos rostros se enrojecían por un menjunje en botella de cristal de color marrón oscura. 

Los cánticos invadían aquella zona, el poder de aquella civilización conquistadora era evidente ya que tanto mi montura como la de otros tantos viajeros quedaron paralizadas por la magnitud de aquellas titanicas carrozas que avanzaban lentamente sin importarle el resto del mundo. De igual manera tiraban las botellas y otros objetos a la carretera, como si quizás intentasen marcar un camino de vuelta o como si no les importase aquella tierra que no les pertenecía. Para ellos parecía más importante llegar al punto de destino... quizás un reino donde poder encontrar la paz o quizás gastar más de aquellas botellas que no paraban de pasar de mano en mano entre aquellos que iban a pie, acompañando a las carretas.
Pude ver el interior de una, y encontré deplorable el estado de su interior... amontonados como hormigas y con una higiene que se alejaba del mundo en el que vivíamos, aquellos seres en su interior tocaban las palmas y comían su comida en bandejas de plástico con un afán de preocupación inexistente. Parecían contentos con el éxodo, con haber dejado atrás un trabajo, una casa y una vida y con haberse puesto de nuevo en la carretera en busca del reino prometido...
Me mantuve en mi montura de metal un buen rato... aparecieron los soldados de mi reino en sus bestias de dos ruedas y todos los presentes descubrimos que aquel éxodo tenía más poder que nuestra ley. Que sus jinetes podían consumir esos brebajes sin prohibición alguna y cabalgar a lo largo y ancho de nuestros caminos, que las caravanas podían imponer la vida de los que allí estábamos... decidir a que hora llegaríamos a nuestros trabajos, o a ver a nuestros seres queridos. Eran unos conquistadores y en aquel tramo de tiempo infinito serían nuestros señores y nada podríamos hacer sino encomendarnos a sus dioses de manera nada decorosa a lo que ellos pudieran pensar... Es entonces que pensé, que en un posible mundo apocalíptico, este ejemplar podría ser más que apto para la supervivencia. Sin interés por el medio ambiente, la higuiene, el respeto a los demás o las leyes impuestas, sin duda el rociero es uno de los más capacitados para sobrevivir al día del mañana... siempre que haya brebajes mágicos, palmas y cánticos...
Lo que si espero, es que si yo también sobrevivo a ese día del mañana, tenga cartuchos suficientes en mi escopeta...

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